septiembre 20, 2016

Egos, transfuguismo e informalidad

Adolfo Medrano

La informalidad, ese monstruo que desgobierna a algunos peruanos, vuelve a hacer de las suyas y evidencia la poca convicción por construir institucionalidad en un país donde los egos llevan al transfuguismo.


Alguien que siendo letrado no puede someterse a un proceso disciplinario, evidencia la poca convicción de sus credenciales profesionales y el afán de figuración sin cuestionamientos, lo que implica un exceso de autoestima. Lejos de pensar que se convierte en un paria, su condición pone al tránsfuga en la vitrina de los clásicos oportunistas.

¿Qué nos pasó para creernos rancheros y que nuestra “palabra es la ley”?

Qué fácil resulta patear el tablero e irse. Aquí no caben simpatías o antipatías políticas. Analizamos el transfuguismo como consecuencia de una cultura de informalidad que corroe a algunos sectores de la sociedad peruana.

Cuando se habla de los problemas que nos afectan se echa la culpa de todo cuanto pasa a la educación, pero olvidamos que esta cadena de situaciones tiene su correlato en los hogares por el poco interés o distracción en promover valores y actitudes en nuestras familias.  

Desde que José Matos Mar y otros investigadores sociales analizaron las consecuencias que tuvo el desborde popular de las migraciones a finales de la década de 1960, se corroboró que el Estado –concebido por los criollos para una vida urbana elitista- se vio obligado a modificar normas, patrones y estilos de comportamiento con la idea de que los nuevos citadinos pudieran surgir y prosperar.

Como resultado de esa presión social el sincretismo cultural enriqueció aún más nuestra esencia nacional y ha permitido, por ejemplo, el surgimiento de la pequeña y mediana empresa, motor pujante de la economía, así como la revalorización de nuestras costumbres y tradiciones, aunque también alimentó un espíritu contestatario –malentendido en algunos casos- de hacer las cosas tal como se nos dé la gana.

Y eso se refleja en la política y la sociedad civil con su correlato de impuntualidad, logomaquia, carencia de habilidades sociales, plagio, corrupción y contrabando, entre otros.

Por distracción o capricho insistimos en hacer como queremos: hablamos por teléfono celular cuando conducimos el automóvil, nos pasamos la luz roja sin bochorno, cruzamos las pistas en cualquier punto, copiamos textos ajenos, evadimos los impuestos, cambiamos de color político por conveniencia, somos agresivos en el trato social, irreverentes con la autoridad, pocas veces saludamos, bostezamos sin taparnos la boca, exhibimos una cultura general pobre, invadimos las redes sociales con faltas ortográficas y, por su fuera poco, nos creemos el ombligo del mundo. 

Si esas son algunas de nuestras características, el transfuguismo puede entenderse mejor y es tiempo de enmendar rumbos. De ahí que la iniciativa legislativa que analiza un proyecto de ley para evitar dicho fenómeno resulte interesante.

Sin principios deontológicos, los políticos podrían seguir migrando a su gusto. Es un asunto que debería preocuparnos por respeto a los electores, de ahí que sea urgente promover normas que impidan una coladera, así como fortalecer capacidades para tener una vida ciudadana más armónica. Ojalá haya consenso para ello.

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