abril 22, 2016

El neoliberalismo en campaña: una discusión electoral de matices

Adolfo Medrano

En los previos a la segunda vuelta electoral, los candidatos no cuestionan el modelo neoliberal que rige al Perú desde 1993 -pues ambos lo suscriben-, por el contrario discuten sobre qué medidas económicas priorizar. 

Si hubiera alguna diferencia esta radicaría quizá en los estilos y usos de las formas democráticas. Fuera de eso ambos aspirantes son cortados por la misma tijera.

Desde la Constitución Política de 1993, el modelo económico se mantiene. Han pasado cinco administraciones (Fujimori, Paniagua, Toledo, García y Humala) y nada ha cambiado, salvo –claro está- el discurso. Los mandatarios –menos el de ascendencia japonesa- han ofrecido una serie de reformas (retorno al bicameralismo, derechos laborales, respeto al patrimonio energético, desaparición de los services, etc.) y no han podido implementarlas. El sistema los ata de manos apenas se posan sobre el sillón presidencial.

Cómo no recordar en 2011, por ejemplo, el juramento del presidente Ollanta Humala por la Constitución de 1979, gesto que muchos interpretaron como el regreso a la anterior carta magna, pero que al final quedó en nada.

El modelo busca poner al país en la vitrina de los grandes inversionistas, interesados sobre todo en la exportación de materias primas, la penetración del mercado vía consorcios agroindustriales, comerciales y de servicios. En ese contexto, el movimiento de capitales y la absorción de empresas nacionales por otras transnacionales son indicadores de “prosperidad”.  

Este hecho favorece solo a una inversión convertida en invasión pues afecta nuestra integridad nacional. Los grandes capitales trabajan muy a gusto en un contexto en el que la flexibilización laboral equivale a no asumir obligaciones con los trabajadores.

El neoliberalismo se sustenta en las líneas matrices del Consenso de Washington cuyo objetivo apunta a que el mercado fluya sin controles bajo el fiel de la balanza, es decir la oferta y la demanda, mientras los indicadores macroeconómicos siguen en azul sin importar cómo lo logran.

Este modelo se impuso tras la caída del muro de Berlín en 1989 y se erigió como una alternativa ante la incapacidad de los gobernantes tercermundistas de manejar la crisis económica de la época.

Los países más afectados fueron los que jamás atravesaron procesos de revolución industrial, tal el caso peruano, cuya característica ha sido la dependencia de su destino a la exportación de materias primas, esquema que venimos repitiendo desde la colonia y nos tiene amarrados sin producir –siquiera- una aguja, menos aún un chip de teléfono.

Empero sería mezquino decir que todo es malo. En el propósito de incentivar el mercado se promociona el crédito y esto ha permitido que algunas personas accedan a la propiedad, se renueve el parque automotor, surjan las mypes y se modernice la infraestructura económica y social del país. Solo aquellos que no se saben manejar en la estructura de pago de los préstamos caen en las garras de los bancos que, cual boas constrictoras, los estrangulan hasta dejarlos sin patrimonio y honra.

Visto así, la elección de junio de 2016 se presenta complicada. No hay mayor opción pues el modelo es el mismo. Es probable que el porcentaje de votos blancos y nulos refleje esta frustración.

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