febrero 12, 2012

Para entendernos mejor


Escribe: Fito Medrano

¡Qué semana para estar ocupado!

Todo el tiempo frente a un ordenador, tecleando y tecleando cosas laborales o de mis estudios, y ni una posibilidad de añadir una línea a este blog…

Pero ya andamos de vuelta. Ahora que “volví” a escribir, entrecomillo lo de volver, porque, la verdad, siempre estoy escribiendo, he recibido el comentario de un par de amigos que se alegran que retome la “pluma” (ahora estas son puras metáforas frente a un mundo digital), pero también hubo alguien muy especial para mí, que me criticó acremente.

Me acusó de antiperuano, de sufrir complejos de superioridad por haber vivido mucho tiempo en el extranjero y apoyar a Iván Thays por sus críticas a la comida peruana. En realidad, no es que le diera mi respaldo, propiamente dicho. Lo que especifiqué y cito, por las dudas, fue: “Quizá exagere el escritor peruano con aquello que la comida peruana es indigesta, pero lo que sí, definitivamente, es desequilibrada en la composición de sus ingredientes”.

Y aproveché para hacer mí ya conocido alegado contra el comino.

Sin embargo, quizá no fue esto lo que mortificó a esta persona, sino que luego del alegato anti-comino, volví a la carga con algo que sí me parece a por tomar en cuenta, relacionado con nuestra actitud frente a la vida. Y me ratifico en que los peruanos tenemos una patología extraña. Quizá porque hayamos sido oprimidos por los incas, los españoles o los políticos republicanos, ocurre que nos encanta brincarnos las normas, acaso como un instinto de rebelión. Somos informales, nos gusta sacar provecho de toda situación y, desde un punto de vista psicológico, esto tendría algunas explicaciones vinculadas con nuestras profundas frustraciones de haber sido avasallados.

Y si antes era la opresión del costeño blanco de estirpe contra el serrano o selvático mestizo sin casta, los roles han cambiado y las luchas son de todos contra todos. El otrora sumiso serrano o selvático frustrado, es el nuevo rico, que no se acompleja y compite por el poder económico con el blanco costeño. Y, cosa curiosa, salvo honradas excepciones, ambos son informales, vulgares y con un acrecentado complejo de superioridad.

Vaya que si el tímido Freud hubiera vivido en esta época, tendría que haber pasado por un discípulo psicoanalista porque se hubiera atormentado de tanta contradicción.

Ahora bien, no es que todos los peruanos seamos malos o echados a perder. Claro que no. Los hay muy buenos y gracias a ellos, nos salvamos como país. No sólo me refiero a ilustres de la categoría de Mario Vargas Llosa, Javier Pérez de Cuellar o José Matos Mar, sino también a gente de a pie. A muchos cobradores de microbuses, a empleados bancarios, a oficiales y suboficiales de la Policía Nacional, a maestras abnegadas, a médicos cirujanos del sector público, a obreros calificados, a empleadas de hogar y más, que en sus distintas posiciones, son formales, educados, comprometidos con su quehacer, además de cordiales y progresistas. En estas mismas categorías los hay otros que son muy malos y por su actitud, desprestigian a sus instituciones y al Perú.

De allí que, efectivamente, generalizar sea algo malo.

Si lo hice, aunque me incluí al escribir en primera persona del plural, quizá no fui lo más objetivo. Lo asumo, pero lo que quise significar fue la idea-fuerza planteada: “La peruanidad debería ser un estado de ánimo que nos permita ver nuestros propios defectos para superarnos”.

Y, felizmente, ahora somos un país progresista que respeta los derechos humanos, que crecemos en términos macroeconómicos, que la gente tiene capacidad de gasto (aunque un poco artificial por las tarjetas de crédito), pero que ha llegado la hora de acentuar nuestra identidad nacional para que la justicia y la inclusión social deje de ser una frase. Que llueva parejo, si cabe la metáfora. Como parejos deben ser los modales, la cordialidad, el compromiso con la construcción de una sociedad en iguales condiciones para todos.

No escribo más, pero para la siguiente voy a explayarme sobre lo que concluí en la polémica crónica anterior: “No será esta y probablemente tampoco la siguiente generación de peruanos, la que nos enderece de nuestras malas actitudes y hábitos. Pero, ojalá, cuando empiece la segunda mitad del siglo XXI, entonces sí sea el inicio de un cambio donde empecemos a entendernos como nación, como cultura influyente”…

Verán que es tan importante entender la educación como un proceso permanente que debe empezar por una autocrítica de nuestra sociedad y sus instituciones, para descubrir que tenemos la solución a la mano y no en el paraíso inventado por los gringos…


¡Que tengan una buena semana!
Lima, a 12 de febrero de 2012.

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