mayo 04, 2012

La Malinche, las migraciones y el siglo 21

Adolfo Medrano

La Malinche, conocida también como doña Marina, fue un personaje que marcó un “parte de aguas” en la historia mesoamericana. Se le atribuye haber sido una colaboradora de Hernán Cortés en la conquista del Imperio Mexica. Su rol de intérprete de la lengua náhuatl al maya y de allí al castellano, habría sido determinante para que las tropas españolas se hicieran del territorio que constituyen los Estados Unidos Mexicanos en la actualidad.
Ergo, es un personaje polémico cuyo recuerdo se asocia con la traición a su pueblo. Cuando Cortés y sus huestes llegaron a las costas de Tabasco, en el sudeste mexicano, allá por 1519, encontraron a las etnias divididas y esta circunstancia les permitió avanzar hasta Tenochtitlán, la capital del Imperio, considerada la Venecia latinoamericana, aunque de este detalle nos ocuparemos en otra entrega.

En México cuando alguien es seducido por ideas extranjerizantes o la prédica de un foráneo, le dicen “malinchista”. Es, de suyo, una expresión peyorativa que los políticos mexicas usan con cierta frecuencia, recordando en forma implícita al episodio descrito. Si bien los españoles iban a por el oro, fue una empresa que implicó cuatro siglos de colonización, sometimiento, migraciones y propició, sin proponérselo, el germen de una nueva cultura americanista que se consolidó a lo largo de cuatro siglos y dio la independencia a los pueblos latinoamericanos criollos. Las fronteras se realinearon en nuevos Estados a partir del siglo 19 y este proceso se repetiría en el siglo 20 con la revolución bolchevique, las luchas independentistas en Asia, la segunda guerra mundial y la caída del Muro de Berlín. Cada uno de estos procesos propició migraciones silenciosas pero masivas. Desde casos célebres que recuerdan a León Trotsky, Albert Einstein y Sigmund Freud afincándose en México, Estados Unidos e Inglaterra, respectivamente, hasta los cientos de judíos anónimos que tuvieron que correr en todas direcciones para sobrevivir.
Por ello sería conveniente preguntarnos: ¿serán las fronteras un lastre para que la gente siga migrando en la búsqueda de mejores condiciones de vida? Es posible que el siglo 21 marque la consolidación de un mundo integrado, donde los mojones nacionales no sean más que un referente administrativo. El internet y la globalización han abierto la cancha y lo que sigue, a partir de los bloques regionales ya existentes, es el comienzo de una nueva era. No sería arriesgado decir que los protagonistas de este siglo, aquellos que son niños ahora y los a por nacer aún, serán quienes promuevan esa nueva cultura con más ahínco.
Las migraciones por sobrevivencia o conquista han sido una constante en la historia de la humanidad. Basta recordar que apenas hace 1,8 millones de años, el homínido con características de bípedo fue transformándose a Homo Erectus y -tras descubrir el fuego y beneficiarse de sus utilidades-, decidió salir del África hacia Europa y Asia, sin una fecha precisa aún. Se entiende que este período abarca muchísimo tiempo y que las investigaciones no son concluyentes. Otros dicen que esa migración se inició recién entre los años 500 mil a 100 mil cuando este ancestro se convirtió en Homo Sapiens, la versión de lo que somos en la actualidad.
De esta manera, cuando los primeros migrantes se reasentaron en poblaciones nuevas y comenzaron a crecer demográficamente, se fueron formando culturas, territorios, gobiernos, Estados y costumbres. Refiere Engels (1964, p. 199) que “habiendo nacido el Estado de la necesidad de refrenar los antagonismos de clases, pero naciendo también en el seno del conflicto de esas clases, como regla general es el Estado una fuerza de la clase más poderosa, de la que impera económicamente, y que por medio del Estado se hace también clase preponderante desde el punto de vista político, y crea de ese modo nuevos medios de postergar y explotar a la clase oprimida”. Ello daría lugar a la supremacía por el poder de unos contra otros, el dominio de los vencedores y el sometimiento de los vencidos, dando lugar a sincretismos ideológicos, religiosos y hasta gastronómicos.
De suerte que no nos referimos a un fenómeno nuevo. Por ejemplo, los antiguos Homo Sapiens siberianos cruzaron el estrecho de Bering hace 11 mil años, debido a los bajos niveles de agua durante la última glaciación. Esa migración inició el poblamiento del continente americano, según algunos estudios. Mucho tiempo después, los romanos dominarían Europa y el norte de África (27 a C a 476 d C). Los musulmanes harían lo propio en la península ibérica durante ocho siglos (VIII-XV). Y los españoles, comandados por un genovés, llegarían a América en 1492, pensando que estaban en las Indias.
Al parecer los chinos fueron los únicos que no encontraron algo interesante allende sus fronteras, pues se sabe que recorrieron los mares en inmensas embarcaciones, pero regresaron a su territorio, guardando un gran escepticismo de lo que vieron. Incluso se dice que llegaron a América antes que Colón en 1421.
Con el paso del tiempo, los imperios, feudos, burgos, monarquías y virreinatos, se caracterizaron por asumir gestiones centralistas y, en su caso, de dependencia con el poder colonial, así como una mala planificación de las políticas públicas. Ello provocó migraciones internas y externas, sentimientos de rebelión y revoluciones que dieron la independencia a muchos territorios sometidos que se convirtieron en repúblicas independientes o en monarquías constitucionales.
No existen pues las etnias puras. Somos una mezcla de muchas razas, pero es cierto que las nacionalidades, las religiones, los idiomas y las idiosincrasias marcan diferencias profundas en la manera de entender la vida y nuestro discurrir pasajero por el mundo.
En la actualidad, las migraciones constituyen un fenómeno que sigue originándose por razones socio-económicas. En la medida que el mundo se ha vuelto bipolar, compuesto por países industrializados y otros con economías en formación o pobres, los pobladores migran hacia lugares que les permiten mejoras en sus condiciones de vida.
Esto ha puesto en aprietos a los gobiernos de los países industrializados, cuyas economías se debaten ahora en recesión debido a la contracción del mercado en Estados Unidos desde el 2008. Las secuelas de este proceso han incentivado políticas de control migratorias muy severas. Al grado que se restringe el acceso de extranjeros “pobres” a los países “ricos”. Sin embargo, el flujo migratorio informal semeja, si se permite un oxímoron, a ríos de hormigas cuando llega el verano. No hay quien lo pare. La gente va en todas direcciones buscando mejores condiciones de vida.
Pero los movimientos poblaciones también han reportado situaciones culturales sui géneris. Verbigracia en Francia, donde por razones de seguridad y también por respeto a su condición de Estado laico, se prohibió que las mujeres musulmanas usen el burka o velo negro en la vía pública. Quizá ello justifique el viejo refrán de que “al pueblo que fueres, haz lo que vieres”. Si bien es controversial, la medida se condice con el artículo 29 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “1. Toda persona tiene deberes respecto a la comunidad, puesto que sólo en ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad. 2. En el ejercicio de sus derechos y en el disfrute de sus libertades, toda persona estará solamente sujeta a las limitaciones establecidas por la ley con el único fin de asegurar el reconocimiento y el respeto de los derechos y libertades de los demás, y de satisfacer las justas exigencias de la moral, del orden público y del bienestar general en una sociedad democrática”.
Si alguien camina por Paris podría creer que está en una ciudad africana o árabe, por la cantidad de gente de color o porque están vestidos de acuerdo a sus usanzas culturales. Los blancos son minoría. Y es que las migraciones han producido cambios importantes. Igual ocurre en Estados Unidos, donde en varios estados parecería que uno vive en una nación latinoamericana pues la mayoría es “hispana”. O, en Inglaterra, donde la migración hindú ha convertido a dicho reino en casi una nueva Calcuta, etc.
Otro caso es el de Canadá, miembro de la Comunidad de Naciones del Reino Unido, que entre sus políticas de desarrollo humano, apostó por la migración de ciudadanos de todas partes del mundo para que se establecieran en su territorio. En dicho país sería difícil referirse ahora a una cultura con raigambres inglesas o francesas, porque la migración asiática, africana y latina, ha ocasionado un verdadero sincretismo en todo orden de cosas. Ello se evidencia cuando los nuevos ciudadanos canadienses hablan el inglés o francés con acentos tan fuertes que parecen dialectos de ambos idiomas. Algo similar a nosotros los latinoamericanos cuando hacemos añicos (o, en su caso, “enriquecemos”) al español o castellano con nuestros propios y particulares modismos regionales.
Y el Perú no se escapa a tales circunstancias migratorias. En la medida que ahora somos aspectados como un país con una economía solvente, se ven muchos extranjeros que vienen no sólo por turismo sino sobre todo a trabajar. Hay colombianos, cubanos, españoles, croatas, ucranianos y argentinos que compiten en diversos giros por puestos laborales con los propios peruanos. Desde taxistas, pasando por empleados hasta funcionarios de empresas.
El mundo está revuelto y las etnias seguirán modificándose por las migraciones. Se trata de un proceso cíclico y tiene que ver con la nueva forma de entender la vida. Somos ciudadanos del mundo, algunos con dobles nacionalidades, pero siempre será importante reconocernos y diferenciarnos, siendo libres, solidarios y con una identidad propia. Respetando la diversidad de los otros y también la nuestra. Sin llegar a ser seducidos como la Malinche, pero entendiendo que todos debemos tener posibilidades de prosperar en consecuencia con los principios que rigen la carta universal de los derechos humanos.
Sólo los que nos sobrevivan serán quienes delineen el nuevo mundo, acaso con mayores posibilidades que permitan el desarrollo profesional de las personas, en renovados escenarios legales y laborales que devuelvan al hombre la dignidad de llamarse “trabajador”.

1 comentario:

ISIDORO VAZQUEZ dijo...

Dicen que La Malinche era una morena, de forma escultural, parecida a Pocahontas.