agosto 30, 2016

Carnuflo, nuestra luz, siempre

Adolfo Medrano

Fue un adelantado de su tiempo. El conocimiento sobre las ciencias sociales, los procesos de la economía y la tecnología marcaron sus días. En lo personal fue siempre un caballero de las buenas formas, al mismo tiempo que un ser alegre y pleno en su existencia, amante del cine y la literatura. 


Carlos Eduardo Núñez Flores (Lima, 22-12-1956 al 23-08-2016) nos acaba de dejar y su partida duele mucho porque nos hace recordar lo frágil de la existencia humana. Un día somos y estamos, al otro puede que ya no. En su caso, insistimos, la tristeza nos corroe el alma porque cuesta aceptar que no volveremos a escuchar su timbre de voz, las reflexiones que siempre tenía para enfrentar los problemas, sus carcajadas o compartir el recuerdo de tiempos mejores.

La primera vez que lo vi, estaba sentado en la mesa de edición del diario Correo, entonces en el centro de Lima, y revisaba con mucha concentración unas cuartillas de notas periodísticas. Esto debió pasar durante el verano de 1982.

Si la memoria no me es demasiado ingrata aquel día vestía un pantalón de dril marrón y camisa en tono claro. Fue de a pocos que comenzamos a intercambiar puntos de vista sobre la coyuntura noticiosa y a descubrir afinidades. Él colaboraba en la mesa de edición y también cubría informaciones en su condición de cronista parlamentario.

Si bien yo era un poco menor que él, quizá lo que nos acercó fueron las lecturas compartidas sobre literatura y política. Su pasión por Ernesto Sábato era desbordante en esos años. Las relaciones que se construían en El Túnel y Sobre Héroes y Tumbas lo apasionaban. Pero también la política. Su tránsito del marxismo hacia el aprismo puede entenderse como una consecuencia lógica de la interpretación dialéctica que hizo de nuestra realidad.

Carlos Núñez era, qué duda cabe, un lector empedernido y un gran conocedor de la historia, de los procesos políticos y las grandes cuotas de exclusión social que marcaron nuestra independencia y la formación de la república.

En 1985 tuvo la gentileza de tenderme los puentes para trabajar en el recordado diario “Hoy” y desde entonces estrechamos una amistad que se prolongaría por siempre, independiente de las circunstancias. De 1986 a 1988 se desempeñó como agregado de prensa en la Embajada de Perú en México, tiempo en el que profundizó sus conocimientos en ciencias sociales. Fue un gran amigo del pueblo azteca, conocedor de sus costumbres y, por si fuera poco, cuna de Alejandra, la luz de sus ojos.

A su regreso al Perú poco antes de iniciar la década de 1990, él nos llevaba por lo menos 15 años tecnológicos de distancia. Cuando apenas se empezaban a utilizar terminales de computadora en las redacciones de los periódicos, trajo de México un nuevo concepto: la edición y transmisión electrónica de las publicaciones.

Desde la redacción de Grafisa en Lima, una especie de agencia de noticias para la cadena de diarios Correo en provincia, las páginas se diagramaban por computadora (en el viejo PageMaker), se enviaban vía modem a las redacciones de Piura, Arequipa, Huancayo y Tacna (a una velocidad lenta para el momento actual), en tanto que las fotos se escaneaban (el escáner era una novedad) y partían para su montaje y preprensa digital.

A principios de los años 1990 fue mi turno de partir al extranjero y aunque a la distancia siempre estuvimos en comunicación. En el 2004, fue una gran satisfacción volvernos a encontrar en México. En el otrora Distrito Federal, Carlos junto a Elena y Alejandra, su entrañable familia, buscaron sus viejos pasos en una ciudad que los había acogido con cariño y que él quería mucho. 

Cuando volví al Perú, hace unos pocos años, me ayudó a reinsertarme al mercado laboral y desde entonces nos mantuvimos cerca dentro de las limitaciones que el tiempo impone en esta Lima cada vez más agitada, menos amable y atiborrada de vehículos. 

Sus cumpleaños eran una ocasión para reencontrarse con los amigos. Qué gratas veladas y cuántos recuerdos ahora. Carnuflo –que es la sigla de Carlos Núñez Flores y con las que identificaba las viejas cuartillas de su autoría- tenía mucho que brindarle al Perú. Ahora que lo rememoramos, es justo decir que no solo hemos perdido al entrañable amigo (en mi caso, además, su compadre), sino que el país se priva de una mente lúcida y capaz.

Carnuflo, no te vamos a olvidar. Estarás presente en el recuerdo de los viejos sones del Gato Barbieri que tanto te gustaban, así como en las evocativas escenas de cine con Humphrey Bogart en Casa Blanca (Michael Curtiz, 1942) y con Vittorio Gassman en Nos habíamos amado tanto, (Ettore Scola, 1974).

Descansa en paz y sé luz para nosotros, siempre. 

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