Adolfo Medrano
Fue un adelantado de su tiempo. El conocimiento sobre las
ciencias sociales, los procesos de la economía y la tecnología marcaron sus
días. En lo personal fue siempre un caballero de las buenas formas, al mismo
tiempo que un ser alegre y pleno en su existencia, amante del cine y la
literatura.
Carlos Eduardo Núñez Flores (Lima, 22-12-1956 al 23-08-2016)
nos acaba de dejar y su partida duele mucho porque nos hace recordar lo frágil
de la existencia humana. Un día somos y estamos, al otro puede que ya no. En su
caso, insistimos, la tristeza nos corroe el alma porque cuesta aceptar que no
volveremos a escuchar su timbre de voz, las reflexiones que siempre tenía para
enfrentar los problemas, sus carcajadas o compartir el recuerdo de tiempos
mejores.
La primera vez que lo vi, estaba sentado en la mesa de
edición del diario Correo, entonces en el centro de Lima, y revisaba con mucha
concentración unas cuartillas de notas periodísticas. Esto debió pasar durante
el verano de 1982.
Si la memoria no me es demasiado ingrata aquel día vestía un
pantalón de dril marrón y camisa en tono claro. Fue de a pocos que comenzamos a
intercambiar puntos de vista sobre la coyuntura noticiosa y a descubrir
afinidades. Él colaboraba en la mesa de edición y también cubría informaciones en
su condición de cronista parlamentario.
Si bien yo era un poco menor que él, quizá lo que nos acercó
fueron las lecturas compartidas sobre literatura y política. Su pasión por
Ernesto Sábato era desbordante en esos años. Las relaciones que se construían
en El Túnel y Sobre Héroes y Tumbas lo apasionaban. Pero también la política.
Su tránsito del marxismo hacia el aprismo puede entenderse como una
consecuencia lógica de la interpretación dialéctica que hizo de nuestra
realidad.
Carlos Núñez era, qué duda cabe, un lector empedernido y un
gran conocedor de la historia, de los procesos políticos y las grandes cuotas
de exclusión social que marcaron nuestra independencia y la formación de la
república.
En 1985 tuvo la gentileza de tenderme los puentes para
trabajar en el recordado diario “Hoy” y desde entonces estrechamos una amistad
que se prolongaría por siempre, independiente de las circunstancias. De 1986 a
1988 se desempeñó como agregado de prensa en la Embajada de Perú en México,
tiempo en el que profundizó sus conocimientos en ciencias sociales. Fue un gran
amigo del pueblo azteca, conocedor de sus costumbres y, por si fuera poco, cuna
de Alejandra, la luz de sus ojos.
A su regreso al Perú poco antes de iniciar la década de
1990, él nos llevaba por lo menos 15 años tecnológicos de distancia. Cuando
apenas se empezaban a utilizar terminales de computadora en las redacciones de
los periódicos, trajo de México un nuevo concepto: la edición y transmisión
electrónica de las publicaciones.
Desde la redacción de Grafisa en Lima, una especie de
agencia de noticias para la cadena de diarios Correo en provincia, las páginas
se diagramaban por computadora (en el viejo PageMaker), se enviaban vía modem a
las redacciones de Piura, Arequipa, Huancayo y Tacna (a una velocidad lenta
para el momento actual), en tanto que las fotos se escaneaban (el escáner era
una novedad) y partían para su montaje y preprensa digital.
A principios de los años 1990 fue mi turno de partir al
extranjero y aunque a la distancia siempre estuvimos en comunicación. En el
2004, fue una gran satisfacción volvernos a encontrar en México. En el otrora
Distrito Federal, Carlos junto a Elena y Alejandra, su entrañable familia,
buscaron sus viejos pasos en una ciudad que los había acogido con cariño y que
él quería mucho.
Cuando volví al Perú, hace unos pocos años, me ayudó a
reinsertarme al mercado laboral y desde entonces nos mantuvimos cerca dentro de
las limitaciones que el tiempo impone en esta Lima cada vez más agitada, menos
amable y atiborrada de vehículos.
Sus cumpleaños eran una ocasión para reencontrarse con los
amigos. Qué gratas veladas y cuántos recuerdos ahora. Carnuflo –que es la sigla
de Carlos Núñez Flores y con las que identificaba las viejas cuartillas de su
autoría- tenía mucho que brindarle al Perú. Ahora que lo rememoramos, es justo
decir que no solo hemos perdido al entrañable amigo (en mi caso, además, su
compadre), sino que el país se priva de una mente lúcida y capaz.
Carnuflo, no te vamos a olvidar. Estarás presente en el
recuerdo de los viejos sones del Gato Barbieri que tanto te gustaban, así como en
las evocativas escenas de cine con Humphrey Bogart en Casa Blanca (Michael
Curtiz, 1942) y con Vittorio Gassman en Nos habíamos amado tanto, (Ettore Scola,
1974).
Descansa en paz y sé luz para nosotros, siempre.
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