Adolfo Medrano
La segunda y tercera década de cada centuria están marcados por cambios que repercuten en la vida republicana del Perú. Lo fue cuando la
independencia y también con las reformas que impulsó el oncenio leguiísta.
A Augusto Bernardino Leguía se le reconoce como impulsor y gestor de
innumerables obras de infraestructura social y económica, creador de entidades
que funcionan hasta la fecha como el Banco Central de Reserva y promotor de
polémicos acuerdos limítrofes, entre otros.
Si hacemos un símil retrocediendo cien años, en 1916 comenzaban
a asomar ya los nuevos líderes que habrían de renovar la política decimonónica.
Serían básicamente Haya y Mariátegui, quienes con sus ideas progresistas
desaparecerían para siempre a los viejos movimientos civilistas y caudillistas.
Algo de eso pasa ahora. Ni apristas, comunistas,
acciopopulistas o pepecistas sobrevivirán a los tiempos actuales y es seguro
que en las aulas universitarias se incuban ya los nuevos líderes del siglo XXI,
quienes, se espera, hagan frente al neoliberalismo ortodoxo.
Visto a la distancia, el presidente del oncenio fue un
modernizador y, sin duda, marcó el derrotero de progreso en el siglo XX. No
hacemos comparación sobre sus credenciales democráticas porque ahí lleva las de
perder.
Volviendo al tiempo actual, la campaña electoral acabó y queda
por saber qué pasará cuando se instale la nueva administración. Si la izquierda
(dizque) marxista no apoya al virtual
mandatario por quien depositó su voto, tendremos
un gobierno a la deriva sujeto a los condicionamientos legislativos.
Escenario bastante complicado porque Kuczynski estrenará un
gobierno con minoría en el Congreso unicameral, donde las huestes fujimoristas
hacen mayoría absoluta. ¿Sobrevivirá Fuerza Popular en el siglo XXI? En un
quinquenio más sabremos la respuesta.
Lo cierto es que la segunda vuelta electoral exhibió lo peor
de nuestra idiosincrasia: el odio entre peruanos que refleja la gran
frustración de ser un país pobre y no saber cómo resolver la falta de
industrialización y los problemas de exclusión social en un país que, contra
todo pronóstico, sigue siendo racista.
Es posible que el ciclo de vida política Kuczynski culmine
tras su mandato y solo será recordado si articula las reformas que marquen la
ruta del presente siglo. Resulta una incógnita saber qué tanto podrá
transformar a una sociedad informal e irreverente como la peruana.
Los retos actuales son tan grandes que parecen una prueba de
fuego para Kuczynski. Pronto sabremos si estamos frente a un técnico que puede
maniobrar en aguas turbulentas y propiciar el desarrollo, o al político que
naufraga en el intento.
El progreso será posible solo cuando la población deje la
informalidad y cuando la educación vuelva a ser la de antes: con asignaturas de
nombre propio que hagan énfasis en valores y actitudes.
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