Adolfo Medrano
El Perú semeja mucho a Macondo porque si observamos lo que ocurre
en nuestro entorno no podríamos dudar que vivimos inmersos en el contexto del realismo-mágico,
donde la lógica y el sentido común no tienen asidero.
Es lo que parecería haber ocurrido con el fallo contra el
periodista Rafo León en la querella que por difamación le interpuso la señora
Martha Meier Miró Quesada.
Pero ¿cuál difamación? He leído y releído la columna de Rafo
León “¿Qué hacemos con la primita?” y no encuentro lesión al honor de la señora
Meier. Lo que ahí se denuncia es, al contrario, la mala leche de la exeditora
de El Comercio contra la señora Susana Villarán cuando era alcaldesa de Lima.
En el estilo que caracteriza a este experimentado periodista sí hay, en cambio,
algunas ironías que no llegan a la ofensa cuando critica a la susodicha por su
actividad ecologista y algunas posturas conservadoras contra el laicismo, en contraste
a su vida social afín a la pituquería limeña. Si no somos tolerantes y no
sabemos responder en los mismos términos, corremos el riesgo de caer en
totalitarismos.
En cambio al leer la columna de Martha Meier “El síndrome de
Susy” el texto acosa de manera pertinaz a la señora Villarán sin concederle una
sola gestión positiva, diagnosticándole incluso un desconocido trastorno de
personalidad y si a eso agregamos sus tuits en los que arremete contra un
sinnúmero de personajes de la política, entonces sí encontraremos motivos para
que algún ofendido pudiera querellarla.
Aunque la jueza Susana Coronado Zegarra del 4to Juzgado
Penal de Reos Libres de Lima, se reservó el fallo condenatorio que hubiera
llevado a Rafo a prisión, le ordena cumplir reglas de (buena) conducta y pagar
una reparación civil de seis mil soles sin tener derecho a salir del territorio
peruano.
Dice la sentencia en sus considerandos que lo dicho en la columna pudo
ocasionar “depresión y ansiedad” a Martha Meier. Visto así, la pregunta cae de
madura: ¿cómo se sentirán todos aquellos que son criticados por la señora en su
red social?
Quizá por ello Rafo increpó a la jueza sobre su veredicto,
diciéndole: “Yo vivo en un país democrático como todos, menos usted que vive
una isla de autoritarismo”.
Aquella ciudad ficticia en la que Gabo narra la historia de
la familia Buendía parece haberse mudado al Perú donde lo inverosímil es moneda
corriente.
Si la sentencia hubiera desestimado la denuncia, la jueza
habría sentado jurisprudencia sobre la libertad de opinión, optando por invocar
a las partes al respeto, la tolerancia y el debate alturado. Pero no fue así.
Esto nos lleva a recordar lo subjetivo que somos los humanos cuando asumimos una
postura. Lo que para algunos es negro para otros será blanco, aunque la
realidad diga lo contrario.
Y como estamos en Macondo, el fallo puso la espada de
Damocles sobre la prensa peruana nada más ni nada menos en el Día de la
Libertad de Expresión, por si fuera poco.
4 comentarios:
¡Felicitaciones profesor Medrano! Muy buen artículo, espero poder seguir disfrutando de sus publicaciones. Un abrazo.
¡Felicitaciones profesor Medrano! Muy buen artículo, espero poder seguir disfrutando de sus publicaciones. Un abrazo.
Gracias José. Saludos cordiales.
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